UNA CASA ENTRE LAS NUVES
Un último tramo de escalera y una última puerta, esta vez de metal. Detrás de ella solo había una luz clara, blanca, mediterranea, con una intensidad que por abrumadora se me fijó inmediatamente en las retinas. La vision de Madrid era impresionante, casi irreal de tal clara.
Elvira me señaló otra puerta metálica, rodeada de plantas, y me indicó la forma como se tenia que habrir. Una llave para el candado de arriba, otra para el cadado del medio, y otra para el candado inferior. Luego intentó justificar esa desproporcionada seguridad de su puerta. Pero yo en ese momento no la escuchaba, estaba ensimismado viendo el interior de una pequeña casita... su casita. - Que acogedor - pensé yo después de cotear con la mirada el comedor, las habitaciones, la cocina y todo aquello que con un simple golpe de vista observaba. Por las ventanas de todas las estancias entraban potentes chorros de claridad que se dirigian en el comedor, donde chocaban y rebotaban hacia las paredes blancas. Los pequeños objetos bailaban en cada uno de los recobecos donde la luz no podia incidir, como si fueran los guardianes de pequeños cachos de intimidad, pero afortunadamente solo conseguian endulzar lo que ya de por si era bonito.
Mi amiga se afanava en excusar todas y cada una de las pegas de su ático, con una insistencia casi enfermiza. Pero sus esfuerzos eran del todo banos, porque yo ya me había enamorado de su casa tan solo verla.
albert - 18:12