EL ANGAR DEL PORRON MILENARIO

 
             

   
 
 

domingo, abril 18, 2004

 
LOS INDIOS ESTUBIERON AQUÍ
Mi padre nació en Valderrobles. Es el típico pueblo Turolense lleno de edificios históricos de un pasado que fue mejor (mejor para los que tenían pasta, claro). Incluso tiene un precioso castillo restaurado, con ampliaciones renacentistas y barrocas, que lo hacen extrañamente acogedor. (De hecho, se puede decir que es más un palacio que un castillo). Tanto yo como mi hermana habíamos ido muchas veces a disfrutar de las maravillas del pueblo de mi padre, pero...nunca habíamos ido al pueblo de mi madre. La razón es más lógica de lo que parece: mi madre nació en un lugar tan remotamente remoto, que solo Bin Laden sabe donde está...entre nosotros, creo que se ha escondido allí.

Pero un día, mi hermana (que se le va la olla de tanto en tanto) decidió unilateralmente que la familia en peso iríamos al lugar donde mi madre nació, obligatoriamente y sin derecho a recurrir.

Pues allí estábamos, en plenos años ochenta, mis padres, una adolescente, un niño y una llalla-suegra que te cagas. Y se me olvidaba, un Renault-9 (un coche que, cuando llegaba a los 130 Km. por hora, reproducía con todo lujo de detalles el terremoto de San francisco).

Los primeros kilómetros fueron por la nacional 2. Llegamos en dos ocasiones a los escalofriantes 130 Km. /h y, os lo creáis o no, logramos adelantar a un camión a semejante velocidad. (Mientras adelantábamos, recuerdo que nos sujetamos de la misma manera que lo hacen los astronautas cuando salen de la atmósfera...y creo que pasamos el mismo miedo controlado). Mi abuela soltaba de tanto en tanto alguna frase, las más memorables fueron estas

- Si alguien quiere ir a mear, que aproveche ahora, que con el teke-teke del coche...
- No abras la ventana que solo nos falta eso para que el coche se desmonte del todo
- Mira, nos acaba de adelantar un Renault 9 como el nuestro, seguro que con la velocidad que van los deben llevar por corbata

Aish, en fin. Los siguientes kilómetros los transitamos por una carretera comarcal, estrechísima y llena de curvas. Mi abuela se calló de golpe, y no porque se mareara, simplemente tenía trabajo en sujetarse a la barra del techo. Nosotros, por el contrario, no teníamos barra, y nos zarandeábamos de un lado para otro.

Y cuando pensábamos que la tortura era inaguantable, en un desvío, la carretera perdió su asfalto...y aparecieron los baches. Por consiguiente, al movimiento en horizontal sumamos los verticales.

A medida que íbamos avanzando, los pueblos se volvían más y más pequeños, y las indicaciones más y más escasas. Hasta que tuvimos que recurrir a la memoria de mi madre para determinar el desvío adecuado. La carretera cada vez tenía más baches, y más hierbajos, y más atolladeros...desapareció, la carretera desapareció de golpe.

Salimos del coche y nos parapetamos todos delante del horizonte de interminables campos verdes.

- Nos hemos equivocado
- Que no - respondió mi madre - este es el campo del Miquel, allí está la masia de Palomas, y esa es la masia de Mas Pardigó
- ¿Pero como hacen esta gente para llegar a sus casas? - preguntó sarcásticamente mi abuela
- Se teletransportan - ironizó mi hermana
- ¿Que es teletrasportarse? - pregunté yo
- Pregúntale a mama, por lo visto ella sabe como se hace
- Quieres hacer el favor - replicó mi madre molesta

Decidimos ir a una de las masias para preguntar por el camino. Llegamos delante de la puerta y llamamos, pero no salió nadie. Bueno, salieron un par de perros ladradores que no nos ayudaron mucho. Decidimos regresar al coche y volver por la carretera que nos había traído a semejante paraje. Pero antes, nos dimos un garbeo por la zona de la masia. Había a unos trescientos metros de la casa un corral, caminamos hacia allí y miramos por las ventanas a ver que se veía dentro. Y cuando estábamos todos empotrados a las ventanas (incluso mi abuela) oímos un

- Hola!

Uf, que susto, por dios, un poco más y nos quedamos más tiesos que los pobres pollos enjaulados de dentro. Era el dueño.

Le preguntamos por el camino para ir a casa de mi madre, y empezó a reírse. Y entre risa y risa nos dijo.

- No creo que puedan llegar por carretera, ahora ese sitio lo usan para guardar paja, pero no se preocupen, está aquí mismo
- ¡¡ Lo ves !! - replicó mi madre - Ya sabía yo que no me había equivocado

Así que caminamos entre campos hasta llegar a...a... bueno, nos quedamos todos como quien está delante de un fuerte del oeste americano después de recibir la visita de unos indios de nada. La palabra exacta era arrasada.

- ¿Aquí naciste? - preguntó mi hermana
- Si - respondió mi madre
- Pues alen, vámonos de aquí, ya está todo visto - añadió mi abuela. Mi madre en ese momento le echó tantos rayos beta-gama que no la achicharró de milagro.
- Si hombre, después de lo que nos ha costado llegar hasta aquí, al menos le echamos unas fotos - le replicó mi padre

Ley de murphi, la cámara no funcionaba. Así que rodeamos la casa, miramos un poquito y...nos fuimos antes de que a mi madre se le ocurriera contar sus batallitas.

No hemos vuelto más, la verdad, y mi madre nunca nos ha comentado de volver, al contrario, siempre nos dice que si se marchó de ese lugar fue por algo. Por cierto, el Renault 9 lo vendimos y, sorprendentemente, aun circula por Igualada...el gore está de moda.



albert - 21:27

 

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