EL ANGAR DEL PORRON MILENARIO

 
             

   
 
 

lunes, abril 12, 2004

 
ANECDOTA DE CEMENTERIOS, OF COURSE
Una noche de agosto en Argençola. Era la fiesta mayor del pueblo y la plaza mayor estaba repleta de Decenas de abueletes dislocándose el esqueleto bailando pachanga (pachanga que se podía oír a más de un kilómetro a la redonda). Simultáneamente, decenas de niños revolotean por entre los abueletes simulando bailar, mientras los padres, con un auténtico ataque de agobio, se desgañitan intentando hablar con el pariente u/o amigo. En la otra punta del pueblo estábamos nosotros, jóvenes adolescentes sin recursos, obligados a pasar por el suplicio de aguantar otra fiesta mayor. Para aplacar el tedio habíamos hecho acopio de alcohol, alcohol que habíamos ingerido gracilmente hasta conseguir un estado de "cogorza terribilis".

- Jooooo, me estoy agobiando, tenemos que hacer algo
- Como qué. Este pueblo lo tenemos tan visto que si un terremoto lo destruyera, seríamos capaces de reconstruirlo pieza a pieza
- ¿POR QUE NO VAMOS AL CEMENTERIO?
- Vaya, ahora ya sé quien se ha bebido la botella de wisky que habíamos extraviado
- Nooooo, que será guapo, anda, anda

La tontería del cementerio nos duro casi una hora, pero nadie se movía ni un centímetro de las escaleras donde estábamos sentados. Dos de nosotros, el Josep y su hermano, estaban tan agobiados que decidieron marcharse a dar una vuelta. Al final, decidimos dejar lo del cementerio e irnos a casa de Carme a jugar a cartas. La casa de Carme no está en el pueblo, sino a casi un kilómetro (es una masia aislada). Mientras andábamos, disfrutábamos de la cálida noche, con el cielo repleto de estrellas, sin luna, oyendo la pachanga amortecida por la distancia, e intentando discernir lo que era carretera de lo que era terraplén con zarzas. Pero, pero, pero...resulta que el cementerio está justo en medio del camino y, ante nuestra estupefacción, vimos a Manel encaramándose al muro de dos metros que lo aísla del mundo de los vivos. Con su habitual gracilidad, pudo entrar en el recinto y luego nos dijo

- Anda, entrad, entrad, jejeje

Yo, Maria, Teresa, otro Albert, Francesc y Natalia, intentamos convencerle para que saliera a fuera, que esa idea era absurda y sin ningún tipo de aliciente. Pero el erre que erre hasta que nos convenció. Pasar por la tapia fue toda una odisea, además, como no parábamos de reírnos, nos costaba muchísimo más. Una vez dentro, caminamos por el pequeño patio hasta pararnos delante de los nichos elevados. Francesc encendió un mechero y nos entretuvimos observando las lápidas para ver el año que murieron, si había más parientes y cosas de esas. Con la merluza que llevábamos, nos reíamos de todo. En esto que Natalia se pone de cuclillas para ver una lápida que estaba debajo, y Francesc se acercó para darle luz con el mechero. Y de pronto, una mano sale de uno de los nichos y sujeta la pierna de Francesc.

- AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHH

Una cosa es gritar, pero otra es gritar de miedo absoluto... fue un grito desgarrador. Todos los allí presentes (y digo todos, que luego siempre me salen los valientes de turno) Corrimos como posesos hasta llegar al muro. Nos pegamos a él como lagartijas lanzadas con tirachinas. Cuando ya la mitad de nosotros estábamos en la cima de la pared, y los que estaban debajo suplicaban nuestra ayuda, oímos unas carcajadas de lo más maléficas. Natalia, que es la valiente del grupo, se dirigió hacia los nichos y empezó a insultar con fuerza. Por lo visto, se habían compinchado Josep, su hermano Pere y Manel, para gastarnos la broma del cementerio. Josep es el que estaba dentro del nicho vacío (el miedo no fue nunca su punto débil) Pere lo ayudó, y Manel era el encargado de llevarnos a la trampa mortal.

Descendimos todos otra vez al patio del cementerio y entre carcajadas comentamos la jugada. Una vez recuperados del susto, nos dispusimos a salir. Solo me faltaba salir a mi, que era el encargado ayudar a los otros a subir desde abajo (a mi me cuesta poco subirme por los muros). Y cuando ya hacia fuerza para remontar la pared, noto como una mano me coge de la pierna. Toda la sangre se me subió a la cabeza y, por unos instantes, se me paró el corazón.

- AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHH

Me salió un grito del alma, yo creo que saque los pulmones por la boca. Pero antes de morirme allí mismo, vi que Manel me decía.

- Que soy yo, burro, JAJAJAJAJAJA

Por lo visto, después de salir, volvió a entrar por el otro muro, atravesó el patio, se acercó al muro donde estaba yo y me sujetó la pierna. Desde ese día, creo yo, tengo la capacidad de decir los tacos más espantosos que se pueden decir en lengua española. Por cierto, a la mañana siguiente nos dimos cuenta que la puerta del cementerio estaba abierta...vaya.

Un consejo: Siempre que intentéis entrar en un cementerio con tus amigos, CUENTALOS, CUENTALOS, PASA LISTA, HAZ UN RECUENTO EXHAUSTIVO, Y REPITELO TANTAS VECES COMO SEA NECESARIO, uf,uf,uf.




albert - 14:38

 

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