EL ANGAR DEL PORRON MILENARIO

 
             

   
 
 

lunes, noviembre 10, 2003

 
LA CIUDAD DE LOS SUEÑOS

Viajar he viajado bastante; he estado en Francia, Italia, Alemania, Suiza... Pero una cosa es viajar y otra muy distinta es sentirse viajero. Si tengo que ser sincero y con el corazón en la mano, soy un viajero nefasto. Las veces que estado en Francia (que es un país que bien sea por "h" o por "b" no me gusta para nada) siempre me ha dado la sensación de estar en la sala de espera de un ambulatorio. Y aunque he visto muchos monumentos y cosas, sinceramente, no me acuerdo de nada especial excepto lo capullos que son algunos franceses cuando quieren. En Alemania y Suiza siempre he estado por motivos laborales. Y la sensación que tengo de esos países (hermosos en paisajes) es la misma que la que tengo cuando voy a visitar un edificio en construcción. Si me obligáis a resumirlo en una palabra, esta sería "desangelado". Siempre me he sentido desnudo, desprotegido y estúpido en estos países demasiado ordenados para mi gusto. Con eso no quiero decir que sean países tristes ni que sus habitantes sean antipáticos, solo estoy hablando de sensaciones, no de hechos.

Pero un caso aparte es Italia. He estado dos veces en Italia y las dos veces como viaje de fin de curso (si, repetí el curso, que pasa). Eran esos típicos viajes donde un ataque de corazón es lo más lógico que te puede dar, donde todo son prisas y madrugones, y donde los edificios pasan delante de tus ojos con la misma rapidez que una secuencia de película de ciencia ficción.

Para ganar tiempo, el autobús recorría el trayecto de noche. La idea era que, para que no se nos hiciera el recorrido tan largo, durmiésemos durante el viaje. NO DORMI NADA!! Y fue el viaje más horroroso que jamás he realizado. Por lo visto, por una ley física asquerosa, el calor sube y el frío
se queda abajo. Como era un autobús de dos pisos, los que estaban arriba se achicharraban y a los que estaban abajo nos echaban pescado confundiéndonos con pingüinos. Lo único que podíamos hacer era rotarnos cada tiempecillo, eso significaba no dormir. Para sazonarlo más, un capullo...rectifico, un pedazo capullo cogió una de las guitarras que traíamos y se pasó toda la noche dándole a las cuerdas. Y lo peor es que ese capullo no sabía tocar N-A-D-A. Por lo que nos obsequió con un réquiem al capullo alterado. Ah!, por cierto, no os he dicho que ese capullo era como un armario ropero (cualquiera le decía nada para que parara). Gracias a dios uno de los maestros le lanzó una misiva tal que

- O paras esto o te tiramos por el barranco -

Y era un barranco del copón, porque en ese momento pasábamos por los acantilados de la costa de Niza. Cuando llegamos al hotel, parecíamos rehenes secuestrados por una facción de árabes filipinos. Eran las nueve de la mañana y nosotros solo queríamos camita, pero claro, se supone que teníamos que salir ya para visitar cosas. Me parece (solo me parece) que fuimos a pisa. Pocos subimos a la torre (que cuando yo fui aun se podía visitar) la mayoría nos quedamos tumbados en el césped que envuelve un monumento que de tan blanco parece de mentira. Si el fotógrafo "Tunic" nos hubiese visto, nos hubiese fotografiado fijo. Una maestra, muy culta ella, nos insinuó de ir a visitar toda la ciudad de pisa, y nosotros le señalamos el suelo diciendo.

- No creo que haya en pisa nada tan bonito como este césped tan mullido -

Por la noche nos inflaron de pasta y nos metieron en camas...que abandonamos para montar la juerga padre. Los italianos cuando se cabrean, se cabrean, y ese hotelero me parece que del ataque de ira perdió un hígado. Al final nos perseguía con una correa por los pasillos (que jartaa de reír). Pero nos dejó cuando descubrió que los portugueses que estaban en el mismo hotel eran peores que nosotros. Se dedicaron a sabotear la cocina escondiendo la comida en sus habitaciones, los gritos del hotelero se oían en Singapur como mínimo. Por la mañana teníamos que ir a Florencia y aquí es donde quería yo llegar.

Prometía ser un típico correr, ver, mirar y volver a correr. Pero, en cambio, los profesores nos indicaron en un plano donde estaban los monumentos más emblemáticos y luego nos dijeron.

- Sois bastante grandecitos, así que tenéis todo el día para hacer lo que os salga de los cojones.Os recogeremos por la noche en la estación junto al río, al que se pierda que llame ha este número de teléfono -

Y se largaron.

Pues cada uno montó su grupito y se largó. Muchos hicieron una cola aborregante en el museo de los uffici que les ocupó toda la mañana. Otros fueron a por carne (con eso no me refiero a embutidos, sino a empalagosos italianos y ariscas Italianas). Y otros se fueron en busca de las tiendas. Y entonces me pasó una cosa que me salvó la vida. Nos juntamos cinco personas que enn clase ni nos hablábamos, lo único en común que teníamos es que queríamos ver el David de miguel ángel. Fuimos a verlo, impresionante y descomunal. Y luego, como todo el resto del museo era un coñazo medieval, decidimos visitar la parte de la ciudad donde estábamos. El ponte Bequio es precioso, cuando lo atraviesas no te das cuenta que es un puente, parece una calle (no os lo he dicho, pero tiene casas a ambos lados). Luego nos adentramos por las callejuelas, donde cada casa es un pequeño palacio. Hasta que llegamos al palacio del Pitti. Podíamos entrar en su interior pero, al ver que tenía un precioso jardín, preferimos pasear por él (el día era de esos de primavera tan preciosos). Andamos por esos tortuosos y laberínticos jardines montados en una cuesta. Lo hacíamos apaciblemente y sin prisas, sin hablar de donde podíamos comer, ni como nos lo pasamos la noche, ni de esas cosas que hacen que un viaje sea asqueroso. Solo paseábamos y, de vez en cuando, hacíamos comentario de lo que veíamos. Encima de la cuesta había dos gigantescos pinos mediterráneos, cipreses y una preciosa casa palacio. Pero cuando llegamos arriba, nos quedamos petrificados. Delante de nuestros ojos había la vista más descomunal de Florencia que alguien pueda imaginar, con el duomo en el centro. Nuestros pies pisaban una impresionante estora de césped. Encima de este mismo césped había sentados, corriendo, besándose, riendo y hablando media Florencia. (Supongo que es aquí donde se esconden de los turistas). Vimos que un pequeño bar vendía cosas para comer, así que decidimos comprar unos paninis y nos sentamos entre la multitud. Las horas fueron pasando sin darnos cuenta y contemplamos una de las mejores puestas de sol que yo jamás he visto. En el autocar todo el mundo estaba o cansado, o histérico o pensando que gamberrada haría por la noche. En cambió, nosotros cinco estábamos callados, como melancólicos. Y cuando nos preguntaban que habíamos visto, nosotros solo sabíamos contestar que Florencia en general.

También fuimos a Roma, donde solo recuerdo lo gordo que es el Vaticano, lo mal que conducen los romanos, lo caros que son los sitios turísticos y el remojón que me pegué en la plaza España. Fuimos a la fontana de Trevi y estaba restaurándose, así que no se podían tirar monedas (a no ser que te conformaras con lanzarlas en el metacrilato que protegía la estructura). Pero un simpático italiano nos dijo que si bebías de la fuente que está a los pies de las escaleras de la Plaza España también volvías a Roma. Así que el gran Albert, con su par de cojones, se asomó delante de la fuente...y le pego un manguerazo de agua que pa que. Y anda que no son escandalosos los romanos cuando ríen.

Y un día después estábamos en Venecia. De aquella ciudad solo recuerdo la pasarela que teníamos que pasar en la inundada plaza. Y del, señores y señores, otro remojón que se pegó el señor Albert al resbalar por una de esas pasarelas. Sinceramente, a mi Venecia no me gustó, pero considero que es más por el mal momento en que fui a visitarla que por la ciudad en si. Ya veremos si decido volver.

Volví a Italia, volví a Roma (el remojón valió la pena, ese romano tenía razón) y volví a Florencia. Pensé que esta segunda vez sería distinta, que no sentiría lo mismo por ella, pero no, Florencia volvió a recogerme entre sus brazos. No es una ciudad en la que me sienta como en casa, más bien diría que me hace sentir como si estuviera en uno de mis sueños y me envolviera en un magnífico bienestar. No se si en esta vida alguien llegará a amarme, ni se si llegaré a llorar de alegría algún día, pero de lo que si estoy seguro es que, si por alguna razón me siento muy, muy desgraciado, antes de hacer nada me compraré un billete para... mi querida Florencia.


albert - 11:10

 

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